A veces me da por pensar que el virtuosismo (calidad de ejecución al tocar instrumentos musicales) de la música popular (rock, blues, pop, soul) no es más que una evolución más extensa y generalizada de la música llamada clásica, para orquesta o para grupos de cámara. Scheherazade, música programática para ballet, de Rimsky-Korsakov, es de las más ricas en matices cromáticos y melódicos que puede uno escuchar entre las composiciones para orquesta. Y es debido a la variación rítmica y de contrate tan propia del período inspirado en el folclorismo melódico de los artista rusos de finales del siglo XIX.
Por otra parte se observa la maravillosa manera de trabajar en grupo, la llamada actualmente sinergia, que demuestra la música para orquesta tradicional y lo que puede comunicarnos a través de su actualización repitiendo sus puestas en escena con los más variados conjuntos orquestales del mundo. Un ejemplo de cómo se hace eco un grupo de sonidos de diferentes tonos y timbres, y cómo otros grupos hacen ritmos, acentúan momentos, o soportan la base del conjunto… ¡Cuánta variedad de manifestaciones se pueden observar y disfrutar dentro una orquesta y un concierto así! Una autentica conciencia expresiva y de unidad. Expresiva porque conoce los sentimientos humanos desde los más sutiles a los más apasionados, y los concierta, de ahí la unidad. Se manifiestan en uno, desde una escenificación en variedad.
Eduardo Beltrán Jordá