A mayor crisis humana, mayor es la sensación de que hay que hacer precisamente lo contrario a lo que la parálisis y la estupidez extienden de modo imperativo.
No me refiero a que no haya que cuidar de la salud de la sociedad con sus normas de conducta. Únicamente me refiero a que parte de las soluciones no están en la misma vertiente o dimensión que en la que surgen los problemas, porque es posible que de seguir la corriente del mismo lado, la madeja siga enredándose.
El problema concreto, exteriorizado y biológico, responde, entre otros, a un problema mental, sutil y vibracional. Es un problema de Conciencia a todos los niveles. La Conciencia humana es mental, emocional, material y sutil/transpersonal. La Conciencia o Mente Universal es creación; es mente idea generadora, mente pensamiento, energía y forma/materia que tienden a entenderse o contemplarse como totalidad. A esa idea de unidad o armonía consciente, se le denomina con la palabra mágica: Amor.
Desde la separación y el temor a contagiarse de cualquier actitud –y peor si el contagio es biológico porque es más sensible o real la sensación–, se programa una sociedad aislada, individualista, paranoica e intoxicada de exclusión. Para salvaguardarnos del contagio necesitaremos las directrices de los médicos de la psique, de los del alma y de los médicos de los análisis empíricos. Y necesitamos también justamente lo opuesto a la parálisis: cambiar los patrones de conducta bioenergéticos y corporales, con el alma del corazón.
Masaje ayurvédico: de corazón a corazón a través de la piel
El masaje ayurvédico incide, de manera sensitiva y sutil al mismo tiempo, en el cambio de actitud psicológico-emocional (psicosoma) que conforma y construye nuestro cuerpo celular. La mente racional y emocional modifica nuestra biología física hasta el punto de que el cuerpo celular está acostumbrado y acomodado a esa frecuencia del pensamiento, y actúa de modo semejante a como es nutrido por la psique. La bioquímica responde a su vibración mental.
Por tanto, habrá patrones sólidos de comportamiento psicomotriz musculo-esquelético y sensorial, a los cuales no les va a gustar nada que les cambien el suelo en el que pisan, que los muevan del “trono de su majestad” por el de la paz diáfana. Las pautas de lo frecuentado o habituado son lentas, sólidas, e incómodas de mover. Es el espacio del confort –ultra mencionado por los entrenadores de la psicología del éxito–, desde el que es complicado saltar a otro ámbito de confort más consciente, alegre o calmado. Hablo de la metamorfosis del estatus del ego racional/mental por el de la conciencia integradora o amor.
El masaje ayurvédico influye en crear nuevos estados de conciencia al traspasar los fijados por lo usual o cotidiano. En muchas ocasiones estas filiaciones psico-físico-somáticas son inconscientes o auto infligidas por causa de evadir responsabilidades que si se integrasen exculpándolas e integrándolas de modo consciente, serian principio de razón suficiente para comenzar el proceso de sanación o salud.
Principalmente el trabajo ayurvédico trata de franquear obsolescencias rígidas para llegar a mayores actitudes de sintonización con nuestra bioenergía, mediante el tacto depurativo, los aromas de aceites esenciales que son reguladores emocionales, y el reequilibrio de energías vitales.
Johanna Paungger y Thomas Poppe escribieron esta anécdota en su libro Vivir con la luna (1996, Emecé editores):
“Poco después de la Primera Guerra Mundial, un joven médico que trabajaba en uno de los numerosos asilos de huérfanos de Europa, advirtió que los bebés de una determinada sección eran más alegres y activos, parecían mejor alimentados, muy raras veces enfermaban y, en general, gozaban de un estado de salud mucho mejor que los de otras secciones. Esto despertó su curiosidad. Al principio, pensó que alguien debía de estar alimentándolos a escondidas.
Sin embargo, después de algún tiempo, comprobó que no era ésa la razón de su mejor estado de salud, ya que todos los niños recibían la misma alimentación. El motivo era otro: a diferencia del resto del personal, la persona responsable de aquellos niños, antes de darles el biberón y volverlos a acostar, se tomaba la “molestia adicional” de levantarlos, acunarlos en sus brazos, acariciarlos y apretarlos contra su pecho.
De corazón a corazón, a través de la piel. Un camino directo, sin rodeos.”
Eduardo Beltrán Jordá