La condición vampírica o el auxilio del «tapado»

Lo puedes dudar. Aunque si empleas la imaginación vas a verlo mejor. La condición vampírica (vampiros) tiene el mismo modus operandi (modo de operar/actuar) que la condición vírica (virus). Se trata de llevar lo empírico a lo psíquico, o trasladar el plano espaciotemporal y fenoménico al plano de las posibilidades o ideas por nacer.

La tradición del mito vampírico (Drácula en concreto) dice que se le debe dejar entrar para que cometa sus delaciones (palabra interesante dado que significaría que el intruso acusa con su agresión una falta a la autoridad -la sabiduría de la unidad en este caso-, pero en negativo, es decir en clave «a las malas te lo mostramos para que lo entiendas»). El vampiro sin permiso no entra en un lugar. Obviamente parece un apuesto conde, un humano vivo y no muerto/no vivo como es.

Biológicamente el virus tiene la misma condición. No traslada su condición alienante, si la célula humana no admite su envoltorio proteínico o enzimático. Esto quiere decir que el virus tiene una capa de biología proteínica similar a la célula. El muerto viviente parece vivo y por eso engaña a la biología.

Ahora llévalo a la psique y comprueba el nivel integral de lo vírico/vampírico. Ya no se trata de que el ser humano es engañado por la inteligencia de «lo tapado», del oculto y oscuro. Se trata de que el ser humano ha contribuido a la construcción de una mecanismo simbólico de actuación dualista para sobre-vivir, pero no para vivir sin máscaras. No ver lo blanco sin lo negro al lado. El patrón de la dualidad: ¿cómo ver la no dualidad si lo negro permite ver lo blanco?

Máscaras, capas, artilugios de evasión y actuación. La máscara era la triquiñuela para que la voz llegase al público en el teatro antiguo. Se llamaba per-sona (por ella sonaba). El vehículo para proyectar la voz; la persona el vehículo por el cual se aparenta ser. De nuevo el envoltorio, la capa de proteína con la que se integra a la membrana de la célula el virus cualquiera.

En la última versión de Drácula producida por Netflix, se deja en evidencia esa norma de dar permiso a Drácula. Se la considera una costumbre convertida en fetiche que no tiene ningun poder al fin y al cabo. Mera estupidez costumbrista o tradicionalista. Idónea manera para tirar por tierra las convenciones de la per-sonalidad nuestra tan querida (el ego emocional, racional). Buena ocasión para derrumbar la máscara por la que ningún virus pueda entrar. Y conste que los virus de todo pelaje (de tercera dimensión, de cuarta de quinta) solo actúan desde la condición de auxiliadores para una revolución profunda: la del estar y por tanto la del Ser: la de la no dualidad.

En el mundo  biológico, cuando un virus ya ha penetrado en la célula traslada su código genético a la célula humana y ésta actúa como nodriza del Alien (una vez más el cine, el modo metáfora que radiografía nuestra psique). Cuando sabemos que el Alien es inteligente es cuando comienza el pánico: debemos unirnos para salvarnos. En todo caso siempre habrá héroes (admirada Sigourney Weaver).

Sigourney Weaver en la saga «Alien»

El vampiro también comunica su código genético de algún modo, pues enferma, contagia de deseo por la sangre a sus víctimas que acaban como los zombies no muertos ni vivos, bajo el signo del temor. Otra característica de la serie Drácula de Netflix es acabar con la superstición del crucifico, ya que se dice que el vampiro la rechaza por haber sufrido el mismo sacrificio histórico (el vampiro ya «vive» muchos siglos) del terror a ser perseguido, crucificado. Otro signo más de la serie para destrozar la asimilación psíquica del ser humano hacia el temor por el temor. Es decir a no saber dejarse amar por la belleza, la bondad y el bien.

El vampiro es el gran mito de la Modernidad. No es casual que se reinterprete a finales del siglo XIX. Décadas antes el nombrado poeta Baudelaire se había sumergido en las aguas nocivas del mal y de la antinaturaleza. Es el mito antiplatónico por excelencia. Así es la Modernidad. Alejada de la conciencia de unidad. Sólo que Baudelaire escogió la antinaturaleza por necesitar mucha belleza, mucho bien y mucha bondad. Un paradigma de lo inverso de la belleza del bien, del amor al desarraigo vampírico/luciferino, pero como todo auxiliador marcó la orientación de la conciencia moderna hacia de la separación, a los buscadores de la deriva bohemia. Después vendrían los verdaderos antinaturales, en el siglo XX.

Además de todo esto, es muy interesante comprobar cómo lo invisible siempre tiene más poder que lo visible. Por tanto la capacidad de replanteamiento debe ser invisible. Incluso quizás tenga que contradecirme y pensar que hay que actuar de tapado, sutilmente, como el vampiro/virus. Esto lo sabemos gracias a estos muertos vivientes.

Tampoco hay que olvidar que nuestro código genético se modifica desde lo invisible: frecuencias electromagnéticas y de todo tipo como la luz visible y no visible, la música, los aromas, y la conciencia de unidad sutil. Y que lo invisible se hace visible por contemplación y pensamiento. Puedes convertir la onda en partícula de salud/sanación. Sólo elige lo que te conviene.

 

Eduardo Beltrán Jordá

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