No da pie a demasiadas dudas el hecho de que el poeta Juan Ramón Jiménez no acudiese a la esfera álmica imaginal para descubrir semejante información de unidad y dualidad para dar a luz la poética de la conciencia total, la que llamo una antropología estética o conciencia expresiva.
Cuando su mente egoica-emocional le jugaba las malas pasadas que a todos nos reserva, caía en vanalidades, hipocondrías y egocentrismos. Pero su ardua tenacidad acudía a su pura poética a su autoterapia personal. Y la conciencia de un campo imaginal espriritual -que habla con metáforas ayudadas por la mente conceptual, lingüística, y basada en la aprehensión sensible- le venía a raudales, y la transformaba en obra de arte, la materia del campo humano asociada a la unidad de la belleza y la bondad.
Un ejemplo de estas fusiones metafóricas entre emociones de los sentimietos y zonas del espíritu partiendo de la aprehensión sensible, es la primera estrofa y sus cuatro versos. El espíritu o la esfera traspersonal proporciona por medio del alma, los sentimientos tanto oscuros como lumínicos en los que transita el ser humano. Puede entenderse al revés: como la acción del sentimiento que da pie a sabidurías del pensamiento sutil, ya sean favorables o desfavorables.

Transcribo una poesía del libro Almas de violeta:
(El color violeta durate todo el Modernismo literario -finales del siglo XIX y principios del siglo XX- aludía a la tristeza, la añoranza y la desazón de la mente egoicoemocional por no encontrar su origen, su espíritu, o por no saber situar a éste en el cuerpo y la vida ordidaria y sensible. Así se acudía a los colores fríos y macilentos -los lilas por ejemplo-, asociados a las enfermedades del alma. Sin embargo el color violeta o morado es el que asume toda la gama cromática del fuego del origen y lo encamina al cielo del espíritu para hacerlo volver hacia su emisión. Contrariamente a la literatura de la nostalgia finisecular, el color violeta es en los arquetipos o fuerzas de luz de las tradiciones hindúes y esotéricas, la que transmuta y sana).
NUBES
De la evaporación del sentimiento,
-mar grandioso de inmensas oleadas-
en el alma aparacen condensadas
las nubes del divino pensamiento.
E igual que en el capuz del firmamento,
hay allí puras tintas nacaradas
y hay fatídicas notas enlutadas
y luz y frío y sombra y ardimiento…
A veces, los expléndidos fulgores
de un Sol pródigo en vida y en colores,
las sonrïentes nubecillas doran…
Y ese Sol, otras veces, como un muerto
queda en sudario fúnebre cubierto
y, gimiendo, las nubes tristes lloran…
Hay que indicar que J. R. Jiménez, escribía ges y jotas tal y como sonaban fonéticamente, es decir como jotas. Asimismo escribía las equis como sonaban, es decir como eses, pero aquí se permite licencias ortográficas contrarias a esta peculiaridad porque escribe espléndido con x y no con s. También se permite poner diéresis en «sonrientes».
Eduardo Beltrán Jordá